Con ésta cinéfila frase comienzo la historia de mi último viaje. No pensaba que fueses a ser tan pronto. A penas me ha dado tiempo de acabar el anterior, pero todo surgió de improviso y la verdad es que salió bien.
El jueves pasado Nuria me llamó para decirme que tenía un par de billetes de avión a cualquier destino (desde Madrid, con Vueling) y que había pensado que fuésemos a París. Y fue dicho y hecho en un par de horas teníamos reservado el hotel, el vuelo y los nervios en el estomago.
Salimos el viernes por la tarde, a las 19:00 horas, puntuales desde la T4 de Barajas. Estábamos contentas, emocionadas con la idea de pasar el fin de semana en la Ciudad de las Luces. El vuelo fue genial, lleno hasta la bandera, de españoles que iban a pasar, como nosotras, dos días en París.
Llegamos a las 21:00 al aeropuerto de Charles De Gaulle. Todo había ido bien, pero en Francia había convocada una huelga de transporte que estaba teniendo bastante aceptación. Así que, lo primero era llegar al hotel. Nos llevó unas cuantas horas, con frío y cierto pesimismo, pero sin perder la paciencia y acordándonos de las familias de los franceses en huelga. Conseguimos descansar nuestros huesos en las camas del hotel a las 00:30.
Y nosotras que pensábamos que nos daría tiempo a ver algo la noche del viernes… Nos conformamos con ver el Arco del Triunfo, que fue donde nos dejó el bus desde el aeropuerto y no tuvimos ni ganas de hacernos fotos. Sólo queríamos un taxi.
El sábado nos levantamos y nos preparamos para salir a conocer todo lo posible. Desayunamos caffè au lait y croissant, como no podía ser de otro modo. Y plano en mano nos pusimos a
caminar.
Al subir la calle vimos Gare du Nord, una estación en un edificio clásico increíble. Seguimos nuestro camino, vimos que solo funcionaban algunas líneas de metro, pero preferimos llegar primero a la Basílica du Sacre-Cour. Las primeras vistas de la ciudad, a pesar de la niebla sobre los edificios y los rayos del sol queriendo salir de entre las nubes.
Después de hacer fotos por aquí y por allá, continuamos con la intención de llegar al Moulin Rouge, al final llegamos, aunque nos costó. Pero por el camino descubrimos la Place du Tertre, repleta de pintores que se ofrecían para retratar a los turistas o vender cualquiera de los preciosos cuadros con paisajes de la ciudad.
Después de ver el ahora teatro, Moulin Rouge, al que nos pareció que sólo le queda el nombre de haber sido lo que fue el los primeros y mediados del siglo XX, continuamos hasta la Iglesia de Ste-Trinité y la Opera Garniér de París… hasta el Palacio Real y el Museo de Louvre. Disfrutamos del contraste de clasicismo y modernidad, del los detalles del edificio del museo y la famosa pirámide, las fuentes, los jardines… y después por la orilla del Sena, el Museo de Orsay.
Queríamos llegar antes de comer a Notre Dame y tenía que cumplir con un encargo (comprar un ejemplar en francés de El Principito). Lo conseguimos todo. Comimos sentadas frente a uno de los laterales de Notre Dame. Preferimos llenar el estomago antes de sorprendernos con la vidrieras, las tribunas, las columnas… del interior de la catedral. Nos quedamos admirando las arquivoltas y las gárgolas que vigilaban desde lo alto.
Decidimos adentrarnos en el Barrio Latino y llegar a Saint-Germain de-Pres, una pequeña iglesia, que según leímos en la guía que llevábamos había sufrido diferentes destrucciones y reconstrucciones intentando respetar el estilo románico originario.
Y después, aprovechando la poca luz que nos iba quedando (sólo eran las 16:00, pero el sol se despedía de nosotras rápidamente) continuamos con nuestro camino. Siguiente estación, el Hotel des Invalides rodeado de jardines, con un patio imponente adornado con esculturas de caballos en las cuatro esquinas. Rodeamos el edificio, así como St. Louis y admiramos la fachada de la Iglesia du Dóme, de la que habíamos visto una gran cúpula dorada que sobresalía por encima del Hotel des Invalides. En este entramado de edificios se encuentra la tumba de Napoleón, el museo de la Armada, pero no tuvimos tiempo para verlos.
Deseábamos con todas las fuerzas llegar hasta la Torre Eifel, caminábamos y sabíamos que ya quedaba poco, pero antes de ello, paramos en la Iglesia de Sta. Clotilde, gótica con dos torres a los lados de la portada… Y por fin la Torre, y recién iluminada. Es increíble, llena de gente, altísima, mirando al Sena y a los jardines. Saluda desde lo alto la ciudad. No pudimos subir, no había tiempo (parecíamos el conejo de Alicia…), pero había que aprovechar el día (ya la noche).
A los pies de la torre deleitamos a nuestros sentidos saboreando un crepe de chocolate y avellanas. Uhmmmm!! Y justo en pleno proceso, a las 18:00 en punto, la torre Eifel empieza a chisporrotear, un espectáculo. Nos paralizamos a observar desde el medio del puente que nos
llevaba al Trocadero.
Cuando recuperamos la normalidad, nos dirigimos al Arco del Triunfo, queríamos asegurarnos de que podríamos llegar al aeropuerto de algún modo, más o menos seguro, al día siguiente (y conseguimos idear dos planes –uno nos sirvió, el otro falló-). Por un túnel subterráneo fuimos
hasta el centro del arco. No se podía subir, había una banda militar tocando la marsellesa. Escuchamos la música durante unos instantes, vimos las vistas de todas las avenidas que se unen en la plaza.
Decidimos que habíamos caminado “poco” y como aún nos quedaban fuerzas para bajar por los Campos Elisios hasta el Grand Palais. Y después, vuelta al Arco del Triunfo (a coger el metro que nos llevase al hotel).
Durante el camino por la mítica avenida tomamos algo en una tienda de la FNAC (y compramos un par de DVDs), entramos en un concesionario de Peugeot y en otro de Mercedes (qué
cochazos!!). Y de allí a cenar una hamburguesa junto a Gare du Nord y el hotel.
En resumen, pasamos un día intensísimo en París, en el que aprovechamos el tiempo al máximo. Que para haber improvisado todo nos salió bastante bien. Que nos dejamos cosas por ver y hacer, pero tenemos la esperanza de poder volver, con más calma. Y que cuando los franceses hacen huelga, la hacen de verdad.