¿Alguien vio una bici que dejé aquí?

Puede parecer un graffiti más de cualquier pared de cualquier ciudad, pero ésta frase estaba pintada a spray en una pared desconchada, de ladrillo rojo, cerca del Parque España en Rosario (provincia de Santa Fe, Argentina).

La leí y me pareció graciosa. Debajo, alguien había escrito “Sí, yo, se la llevaron ellos”.Caminando, en otro rincón, callejeando por la ciudad vi una bici, dibujada, en spray también, en otra pared. Todo aquello parecía una típica gymkhana, llena de pistas ocultas que
reunir para finalmente llegar al “tesoro perdido”.

Esa tarde, un rato después, alguien me contó que toda ésta trama de frases, con o sin significado, tenían una explicación más profunda que la ser un mero juego de pistas o una pintada más dentro del arte urbano.

Me explicaron que durante la dictadura (1976-1983) cuando una persona desaparecía, otra dejaba esa frase escrita en algún lugar para que los demás supiesen que uno de los suyos ya no estaba con ellos. En la actualidad, se utiliza para “homenajear”, en cierto modo, a todos esos desaparecidos durante la dictadura. Y de este modo evitar que su pérdida no
quede en el olvido.

Por extensión, se puede emplear como un recuerdo a las victimas de cualquier dictadura, de cualquier época, en cualquier país. Ya que en todas ellas, los que más pierden son aquellos que
dejan atrás algo más importante que las ideas (sean cuales sean), algo como su propia vida.

Cada desaparecido es una bicicleta y cada frase preguntándose dónde estará, es una vida, es un testigo, ciego, sordo, atado de pies y manos.

Las bicicletas (como juego, como medio de transporte…) jamás desaparecerán y si algún día lo hacen será porque ya no servirán para nada, estarán viejas, rotas, oxidadas, serán seres inertes, faltas de vida, como aquellos que salieron un día de sus casas y jamás volvieron.

“Debido a la naturaleza, una
desaparición encubre la identidad de su autor. Si no hay preso, ni cadáver, ni
víctima, entonces nadie presumiblemente es acusado de nada.”

(Amnistía Internacional)

Siempre nos quedará París

Con ésta cinéfila frase comienzo la historia de mi último viaje. No pensaba que fueses a ser tan pronto. A penas me ha dado tiempo de acabar el anterior, pero todo surgió de improviso y la verdad es que salió bien.

El jueves pasado Nuria me llamó para decirme que tenía un par de billetes de avión a cualquier destino (desde Madrid, con Vueling) y que había pensado que fuésemos a París. Y fue dicho y hecho en un par de horas teníamos reservado el hotel, el vuelo y los nervios en el estomago.

Salimos el viernes por la tarde, a las 19:00 horas, puntuales desde la T4 de Barajas. Estábamos contentas, emocionadas con la idea de pasar el fin de semana en la Ciudad de las Luces. El vuelo fue genial, lleno hasta la bandera, de españoles que iban a pasar, como nosotras, dos días en París.

Llegamos a las 21:00 al aeropuerto de Charles De Gaulle. Todo había ido bien, pero en Francia había convocada una huelga de transporte que estaba teniendo bastante aceptación. Así que, lo primero era llegar al hotel. Nos llevó unas cuantas horas, con frío y cierto pesimismo, pero sin perder la paciencia y acordándonos de las familias de los franceses en huelga. Conseguimos descansar nuestros huesos en las camas del hotel a las 00:30.

Y nosotras que pensábamos que nos daría tiempo a ver algo la noche del viernes… Nos conformamos con ver el Arco del Triunfo, que fue donde nos dejó el bus desde el aeropuerto y no tuvimos ni ganas de hacernos fotos. Sólo queríamos un taxi.

El sábado nos levantamos y nos preparamos para salir a conocer todo lo posible. Desayunamos caffè au lait y croissant, como no podía ser de otro modo. Y plano en mano nos pusimos a
caminar.

Al subir la calle vimos Gare du Nord, una estación en un edificio clásico increíble. Seguimos nuestro camino, vimos que solo funcionaban algunas líneas de metro, pero preferimos llegar primero a la Basílica du Sacre-Cour. Las primeras vistas de la ciudad, a pesar de la niebla sobre los edificios y los rayos del sol queriendo salir de entre las nubes.

Después de hacer fotos por aquí y por allá, continuamos con la intención de llegar al Moulin Rouge, al final llegamos, aunque nos costó. Pero por el camino descubrimos la Place du Tertre, repleta de pintores que se ofrecían para retratar a los turistas o vender cualquiera de los preciosos cuadros con paisajes de la ciudad.

Después de ver el ahora teatro, Moulin Rouge, al que nos pareció que sólo le queda el nombre de haber sido lo que fue el los primeros y mediados del siglo XX, continuamos hasta la Iglesia de Ste-Trinité y la Opera Garniér de París… hasta el Palacio Real y el Museo de Louvre. Disfrutamos del contraste de clasicismo y modernidad, del los detalles del edificio del museo y la famosa pirámide, las fuentes, los jardines… y después por la orilla del Sena, el Museo de Orsay.

Queríamos llegar antes de comer a Notre Dame y tenía que cumplir con un encargo (comprar un ejemplar en francés de El Principito). Lo conseguimos todo. Comimos sentadas frente a uno de los laterales de Notre Dame. Preferimos llenar el estomago antes de sorprendernos con la vidrieras, las tribunas, las columnas… del interior de la catedral. Nos quedamos admirando las arquivoltas y las gárgolas que vigilaban desde lo alto.

Decidimos adentrarnos en el Barrio Latino y llegar a Saint-Germain de-Pres, una pequeña iglesia, que según leímos en la guía que llevábamos había sufrido diferentes destrucciones y reconstrucciones intentando respetar el estilo románico originario.

Y después, aprovechando la poca luz que nos iba quedando (sólo eran las 16:00, pero el sol se despedía de nosotras rápidamente) continuamos con nuestro camino. Siguiente estación, el Hotel des Invalides rodeado de jardines, con un patio imponente adornado con esculturas de caballos en las cuatro esquinas. Rodeamos el edificio, así como St. Louis y admiramos la fachada de la Iglesia du Dóme, de la que habíamos visto una gran cúpula dorada que sobresalía por encima del Hotel des Invalides. En este entramado de edificios se encuentra la tumba de Napoleón, el museo de la Armada, pero no tuvimos tiempo para verlos.

Deseábamos con todas las fuerzas llegar hasta la Torre Eifel, caminábamos y sabíamos que ya quedaba poco, pero antes de ello, paramos en la Iglesia de Sta. Clotilde, gótica con dos torres a los lados de la portada… Y por fin la Torre, y recién iluminada. Es increíble, llena de gente, altísima, mirando al Sena y a los jardines. Saluda desde lo alto la ciudad. No pudimos subir, no había tiempo (parecíamos el conejo de Alicia…), pero había que aprovechar el día (ya la noche).

A los pies de la torre deleitamos a nuestros sentidos saboreando un crepe de chocolate y avellanas. Uhmmmm!! Y justo en pleno proceso, a las 18:00 en punto, la torre Eifel empieza a chisporrotear, un espectáculo. Nos paralizamos a observar desde el medio del puente que nos
llevaba al Trocadero.

Cuando recuperamos la normalidad, nos dirigimos al Arco del Triunfo, queríamos asegurarnos de que podríamos llegar al aeropuerto de algún modo, más o menos seguro, al día siguiente (y conseguimos idear dos planes –uno nos sirvió, el otro falló-). Por un túnel subterráneo fuimos
hasta el centro del arco. No se podía subir, había una banda militar tocando la marsellesa. Escuchamos la música durante unos instantes, vimos las vistas de todas las avenidas que se unen en la plaza.

Decidimos que habíamos caminado “poco” y como aún nos quedaban fuerzas para bajar por los Campos Elisios hasta el Grand Palais. Y después, vuelta al Arco del Triunfo (a coger el metro que nos llevase al hotel).

Durante el camino por la mítica avenida tomamos algo en una tienda de la FNAC (y compramos un par de DVDs), entramos en un concesionario de Peugeot y en otro de Mercedes (qué
cochazos!!). Y de allí a cenar una hamburguesa junto a Gare du Nord y el hotel.

En resumen, pasamos un día intensísimo en París, en el que aprovechamos el tiempo al máximo. Que para haber improvisado todo nos salió bastante bien. Que nos dejamos cosas por ver y hacer, pero tenemos la esperanza de poder volver, con más calma. Y que cuando los franceses hacen huelga, la hacen de verdad.

Rosario (Tercera y última parte)

Esto llega a su fin, un alivio para aquello que habéis seguido mi viaje a través del blog. No os voy a engañar, amenazo con más relatos viajeros, con o sin rumbo. Pero de momento, voy a contaros mis (nuestros) últimos días en Argentina.

Ya sólo nos queda el fin de semana. El viernes por la mañana fuimos a los centros del Programa Crecer, que están situados en los barrios más pobres, en este caso de Rosario. Allí trabaja Norma y unas cuantas personas más que intentan dar una educación y un trato adecuado a niños que viven y crecen en familias en situaciones bastante difíciles.

Creo que es una labor digna de alabar, ya que este país está lleno de desigualdades y sin la ayuda de este tipo de programas las diferencias nunca se limarían.

Por la tarde salimos de nuevo de paseo. Primero fuimos a visitar a parte de familia que aún no conocíamos (Antonia, la hermana de Iris, y su hija Nora), estuvimos en su casa un rato, otro encuentro con las raíces, de esos que se valoran por lo que significan.

Después, paseamos por el Parque Independencia, el pulmón verde de Rosario. Es como el retiro rosario. Dividido en partes: una rosaleda, un estanque, un parque infantil, un zoológico… y un almanaque de flores que cada día cambia su fecha.

Y por la noche, cenamos en los antiguos silos Davis, que ahora albergan un museo de arte contemporáneo y un restaurante moderno, donde se reúne la jet de la ciudad. Como no podía ser de otro modo, con unas vistas al río espectaculares en el que se refleja una luna casi llena.

El sábado fue un día de sorpresas. Sabíamos que íbamos a navegar en barco por el río Paraná, pero no esperábamos un barquito así y una compañía y ese paisaje y todo. Fue espectacular. Salimos a las 12, de un embarcadero lleno de barcos, yates y veleros. Pasamos la mañana
navegando río abajo, en dirección a Bueno Aires, pero sin llegar hasta allí, es más sin salir de Rosario.

Desde allí vimos la cara oculta de los viejos embarcaderos hundidos junto al Parque España. Vinos la pobreza que se aloja debajo de los silos Davis, en los que habíamos cenado la noche anterior. Vimos los edificios desde otra perspectiva. Tomamos el sol en la cubierta. Almorzamos
unos sándwiches a la sombra… Fuimos río arriba. Pasamos por debajo del puente Rosario-Victoria, llegamos a Puerto Pirata y fuimos a comer. Después tomamos los primeros rayos de la primavera (los últimos de ya concluido verano español). Y seguimos rodeando islas, sin rumbo aparente, pero sí. Acabamos en el islote en el que San Martín ganó la batalla a los españoles. Y de nuevo de vuelta, casi nos alcanzó la noche. Rodeados de calma, en un río que si no fuera porque no huele salitre y tiene un color marrón, cualquiera diría que es el mar.

Cenamos en casa y quedamos con Norma para acabar de vivir una noche de concierto de cantautores con sabor cubano, argentino y español, en el Mano a mano (antiguo cine Gardel).

Por último, el domingo, como una gran traca final, nos reunimos con toda la familia que pudo, en la quinta de Funes. Nos despidieron a lo grande, conocimos a unos cuantos “primos” más, disfrutamos de un típico asado argentino, los pumas ganaron un partido más del mundial de
rugby… lo único malo es que Rosario Central perdió contra River, jeje.

Echamos el resto y fuimos a cenar al Restaurante León, donde la especialidad en postres es la copa León. Pedimos una con siete cucharas. No podíamos comer más de lo que lo habíamos hecho durante las últimas semana.

El lunes viajamos a Buenos Aires. Paseo de última hora, con lluvia, como no. Y el martes volamos a Madrid.

Fin de las vacaciones, que me han ocupado unos cuantos posts del blog. Espero poder seguir añadiendo más y más a mi apartado de “Viajes”. Unos cuantos proyectos están en mente…

Rosario (Segunda Parte)

A la vuelta de Entre Ríos pasamos los días que nos quedaban en Rosario. Llegamos el miércoles por la tarde, intentamos descansar antes de la cena. Aquella noche, en casa de Iris y Luís conocimos a Norma y compartimos mesa de nuevo con Malena y Guido.

El jueves, por fin, salimos a conocer el Rosario monumental. Por la mañana, llegamos hasta el Monumento a la Bandera Argentina, en él se pueden ver las banderas de cada uno de los países de América del Sur, además de la de España (los descubridores) e Italia (país natal de Cristóbal Colón). Un edificio, una columnata, una plaza y una gran torre es el conjunto monumental de estilo muy militar. Se puede subir a lo alto de la torre, en un ascensor, desde allí se divisa toda la ciudad y la parte del río.

Cuando ya nos cansamos de ver por cada uno de los lados de la torre todo lo que nos rodeaba. Bajamos de nuevo y paseamos por los jardines, junto al río, mientras buscábamos un lugar donde comer. De nuevo elegimos muy requetebién. El muelle 8 (creo recordar), una comida deliciosa y un servicio excelente. Después de estas vacaciones me puedo hacer crítica culinaria.

Por la tarde, visita al Parque España, que está junto al río, rodeado de jardines y de símbolos, nombre y esculturas que recuerdan a España. La Plaza de Navarra, la de las Vascongadas, retazos de Guernica, esculturas de Lorca y del Maestro Rodrigo, las columnas de Non Plus Ultra…

Paseamos por el centro. Vimos la casa natal del Che, a pesar de que los vecinos no quieren que se sepa. Junto a ella, el centro cultural que lleva su nombre, en cuya plaza unos chicos pintaban un retrato del revolucionario para conmemorar los 40 años de su muerte.

Ya anochecía, pero todavía teníamos ganas de más, y seguimos paseando. Esta vez tomamos la Peatonal, allí nos paramos a ver a un mago que hacía trucos con cartas y otros artilugios, rodeado de gente. Al igual que se encontraba rodeado de gente el escaparate de una tienda de electrodomésticos, que por las tardes emitía videos de actuaciones de Les Luthiers. La calle era una gran carcajada.

Entre Ríos

Pasamos un par de días recorriendo una parte de esta provincia. El viaje allí surgió porque querían mostrarnos el puente que une Rosario con Victoria (ciudad de Entre Ríos). Antes de que ese puente estuviese sobre el río Paraná el trayecto a esa ciudad podía durar hasta seis horas (en lanchas, haciendo varios trasbordos) y eso que el camino más corto, que es el actual, tiene 50km.

Bueno, pues salimos por la mañana, no madrugamos, pero salimos pronto. Y antes de llegar a Victoria hicimos un par de paradas. Una en una abadía benedictina, el edificio no era nada monumental pero las instalaciones eran extensas. Estos monjes se dedican a enseñar a jóvenes todo lo relacionado con la agricultura y la ganadería. A la vez elaboran toda una gama de productos artesanos, tales como el dulce de leche (los expertos dicen que es el mejor), licores, galletas, envasan miel, etc., que venden allí mismo.

Llegamos justo a tiempo de escuchar una de las oraciones, a las 12:15 del mediodía, que quiere parecerse a los cantos gregorianos. Fue toda una experiencia (pero no religiosa, ¿o sí?). Nos sentamos en la parte de atrás de la iglesia, pero como ninguno de nosotros éramos religiosos empezamos a comentar chascarrillos sobre la situación. La gente se levantaba y se sentaba
según le daba la gana, o eso nos pareció. Todo esto hizo que nos llevásemos las miradas más odiosas de una beata que compartía fila con nosotros.

La segunda parada fue para comer en un antiguo molino situado al lado de un riachuelo. Las mesas del comedor miraban hacía él. El lugar era muy agradable y la comida, una vez más, un acierto. Aquí comimos empanadas de jacaré (una especie de cocodrilo) y la verdad es que estaba bastante bueno, era como atún y pechuga de pollo a la vez…

Por la tarde llegamos a Victoria, o más bien al Hotel Sol Victoria, abierto desde hace poco es como un paraíso en la tierra. Allí descubrimos, entre sauna e hidromasaje, que otro mundo es posible (pero muy caro). Nuestra estancia allí se redujo a una noche que dio para mucho, lo
suficiente como para saber que cada uno debe volver a su lugar antes de caer en un status que no le pertenece. No sin antes pasar por el casino del hotel. El mito de encontrar un lugar lujoso, lleno de gente elegante se nos cayó nada más entrar. Aquello parecía la tasca del pueblo con cientos de maquinas tragaperras. El lugar era lujoso, pero la gente era de los estratos más bajos gastando lo que a duras penas ganaban. Después de ese indescriptible espectáculo nos quedaron ganas de “deleitar” a nuestros oídos con un grupo lamentable que destrozaba una tras otra las canciones de otros. Salimos corriendo a la habitación, una suite con tres camas, dos televisores, bañera de chorros y unas vistas al río que al atardecer hipnotizan.

Al día siguiente deshicimos el camino, volvimos a Rosario, pero por el camino largo. Llegamos a Paraná, una pequeña ciudad, bañada por el río que lleva su nombre, rodeado también de clubes deportivos y náuticos. Comimos en uno de ellos y continuamos el viaje. Entramos en un túnel subfluvial y llegamos a Santa Fe, sin parar hasta Rosario.

En las carreteras vimos como las ciudades están separadas varias decenas o cientos de kilómetros en los que no se ve otra cosa que llanura, hierba verde, un cielo azul y limpio y de vez en cuando algún rancho y gauchos a caballo.

El jueves despertamos en Rosario y aprovechamos a ver los mejores rincones de la ciudad.